Los coptos acogen con dolor una vez más el apelativo de mártires. «Mártires» son de nuevo las 45 víctimas del doble atentado contra dos iglesias en Egipto de ayer. «No necesitamos más condenas (al terrorismo), necesitamos más seguridad, que no se nos mate», lamenta por teléfono Sarah, una vecina de Alejandría, donde un terrorista suicida de Daesh se hizo explotar frente a la entrada de la catedral copta de San Marcos, supuestamente construida por el propio evangelista e histórica sede del patriarcado de la Iglesia Ortodoxa Copta, una de las más antiguas del mundo y la más numerosa en Oriente Medio. Y aunque Egipto fue la cuna de estos cristianos, que conforman entre el 8 y el 12% de población actual, hoy día son tratados como ciudadanos de segunda clase por el Estado, perseguidos por los vecinos en zonas rurales como Minya o Sohag y amenazados por los terroristas islámicos de Daesh.
El atentado contra la iglesia de San Pedro y San Pablo el pasado diciembre, reivindicado por la filial egipcia del grupo terrorista y que se cobró las vidas de 28 feligreses, fue visto como un «punto de inflexión»: atentados de semejante calibre organizados por grupos terroristas contra la minoría cristiana no han sido tan habituales en Egipto, aunque Mina Thabet, investigador en minorías de la Comisión Egipcia para Derechos y Libertades (ECRF), señala que fue sólo «un paso más consecuencia del discurso sectario y fatuas anti-otras religiones de algunos predicadores». Un discurso de alienación del vecino cristiano, visto por los más radicales como una amenaza hacia la «identidad musulmana» del país.
Limpieza de apóstatas
Desde entonces, Daesh ha renovado sus amenazas contra esta castigada minoría que data del siglo IV, cuya historia no es ajena a la persecución. Ante el aumento de los asesinatos de comerciantes cristianos en el Sinaí norte, decenas de familias se han exiliado a zonas más al sur del país, temerosas de ser los siguientes en esa «limpieza» de «apóstatas» que clama el grupo terrorista.
Hasta entonces, la principal y más común amenaza contra los cristianos egipcios habían sido los cada vez más frecuentes estallidos de violencia sectaria, especialmente en zonas rurales. Tras la asonada militar que depuso al presidente islamista Mohamed Morsi, decenas de iglesias por todo el país fueron atacadas y quemadas, bajo la justificación de que los cristianos apoyaban al ahora presidente Abdelfatah Al Sisi. Tras la llegada de Al Sisi, y pese a su promesa de protección y una serie de gestos de unidad interreligiosa hacia la galería, los ataques continúan. Sólo en 2016, el grupo Eshhad, que monitorea la violencia religiosa en Egipto, contabilizó 54 incidentes de violencia contra cristianos. Turbas enfurecidas, azuzadas por el discurso de algún predicador local han quemado casas, desplazando a familias enteras, por motivos como la supuesta blasfemia de un puñado de jóvenes escolares, rumores de mujeres convertidas al islam y retenidas por sus familiares o ante la sospecha de un supuesto flirteo de un vecino cristiano con una musulmana.
Según explica el investigador del Centro Hudson en Washington, Samuel Tadros, aunque la «persecución soterrada» a los coptos en la historia moderna data de tiempos de Nasser, fue a partir de la década de los 90 cuando el discurso más wahabí de Arabia Saudí, a dónde muchos egipcios emigraron porca de trabajo, caló en parte de la sociedad. Por primera vez, eran los vecinos quienes atacaban a familias cristianas, no grupos islamistas, haciendo peligrar la «ejemplar convivencia entre religiones» de la que muchos egipcios se enorgullecen y que ha conformado el tejido social egipcio en los últimos siglos. Sin embargo, los coptos, dueños de una milenaria historia, han desaparecido de los libros de historia, de las escuelas. «Hay un vacío de cientos de años entre los faraones, los romanos y luego el gobierno islámico. Como copto educado en Egipto, sabrás mucho de los musulmanes, pero los musulmanes no saben apenas nada de los coptos», sostiene Tadros, quien insiste en esa alienación y desconocimiento como una de las causas de la creciente violencia sectatia, azuzada por el discurso yihadista. «Es como que se puede ser cristiano sin problemas, mientras no hagas alarde público de fe no musulmana», señala Bishoy, un copto de mediana edad.
La construcción de iglesias y lugares de culto ha degenerado también en numerosos incidentes de violencia contra cristianos En 2016 se aprobó una nueva ley para la templos cristianos, que según activistas y parlamentarios sólo hacía oficial la discriminación que sufren los egipcios de fe cristiana frente a los musulmanes. «El Gobierno ha matado el sueño. Le está diciendo a los cristianos: No vais a ser ciudadanos de pleno derecho en un estado que arranca la identidad nacional y pone una salafista en su lugar», declaró entonces el parlamentario cristiano Emad Gad. Esa discriminación alcanza también a los estratos más pudientes coptos, a los que se les veta posiciones de mando en el Ejército y ven dificultado su acceso a altos cargos en política.
«Los lugares de culto han sido repetidamente objetivo de la violencia sectaria en los últimos cinco años», señala Amira Mikhail, investigadora de Eshhad. A los atentados en El Cairo, Tanta y la catedral de San Marcos alejandrina se une también un atentado bomba contra la iglesia de todos los Santos en Alejandría en 2011, que se cobró las vidas de 23 cristianos y todavía sin esclarecer.
«Los cristianos en Egipto cuentan con una larga historia sufriendo violencia, y podríamos decir que "están acostumbrados". Pese a todo, se mantienen fieles a su religión, irán a la iglesia... es parte de su cultura», concluye Thabet.