Una semana después de que sus propios responsables cerraran las puertas, las autoridades alemanas han clausurado oficialmente la mezquita berlinesa de Fussilet, a la que acudía de modo regular el autor del ataque con un camión a un mercadillo navideño el pasado mes de diciembre, que dejó 12 muertos. Una cámara de vigilancia grabó a Anis Amri en las dependencias de la mezquita el mismo día del atentado, por lo que no faltaron pruebas para la acción de la Justicia. La policía alemana sospecha además que en la mezquita de Fussilet se recaudaba dinero para los grupos yihadistas más radicales que luchan en Siria e Irak.
El cierre de mezquitas vinculadas, con toda evidencia, al salafismo, la doctrina islámica radical que justifica el uso de la violencia y el terrorismo, no es una novedad en Europa. Pero siempre es muy polémica. Tanto por la impresión que ejerce sobre la amplia comunidad musulmana europea de que pagan justos por pecadores, como por razones más pragmáticas. Si las autoridades europeas clausuran centros islámicos reconocidos oficialmente, los fieles musulmanes se verán abocados a buscar lugares precarios donde será mucho más difícil la vigilancia de la minoría radical que pretende adoctrinarles. En la Unión Europea viven alrededor de 20 millones de musulmanes, seis de ellos en Alemania y alrededor de dos millones en España.
¿Cómo justifica la tolerante Europa el control policial de lugares de culto como las mezquitas? La cuestión es objeto de controversia entre los académicos, pero no genera ninguna duda a los servicios de inteligencia. La mezquita es un lugar de oración para los musulmanes, especialmente en su día sagrado, el viernes, en el que se escucha además el sermón a cargo del imán. Y es también un centro cultural para la comunidad musulmana, en el que con frecuencia se abordan asuntos de carácter político. Si la mezquita gira en torno a la órbita del salafismo -que tiene su aplicación práctica más violenta en Daesh, y la más diluida en grupos como los Hermanos Musulmanes- es frecuente que se convierta en semillero de yihadistas o en máquina de recursos para la «guerra santa». En el mejor de los casos, será un centro de propaganda crítica de la Constitución del país que les acoje.
Un informe policial español, al que tuvo acceso hace casi dos años la prensa, señalaba que de las 1.264 mezquitas y oratorios musulmanes abiertos en España,98 están vinculadas al salafismo, la mitad de ellas en Cataluña. Cuando los lugares de culto son dignos y actúan con total transparencia es mucho más complicada la infiltración de los islamistas, que operan en cambio a sus anchas en las mezquitas provisionales establecidas en pisos, garajes o naves industriales.