que ha dejado al menos setenta muertos y cientos de heridos , se ha convertido en la primera gran prueba para la relación entre Vladímir Putin, aliado del presidente sirio Bashar Al Assad, y Donald Trump. En menos de una semana, la administración estadounidense ha pasado de declarar que «nuestro problema es Daesh, no Al Assad» y de asegurar que intensificarían la cooperación con Rusia en la lucha contra los yihadistas, a subrayar que su actitud frente al mandatario sirio será muy distinta y a sugerir posibles acciones unilaterales contra Damasco si la ONU no actúa. Trump se mostró «impactado» por un ataque que ha cruzado «más que una línea roja». El presidente estadounidense calificó lo ocurrido de «una afrenta a la humanidad», y advirtió de que «las atroces acciones del régimen de Al Assad no se pueden tolerar», pero no entró en detalles sobre las medidas que piensa adoptar para que sus palabras se conviertan en hechos.
Por su parte, Rusia mantuvo su apoyo firme al Gobierno sirio ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Defendió que las acusaciones sobre el uso de armas químicas por parte del Ejército sirio estaban basadas en «informaciones falsas», pidió una «investigación objetiva» y anunció su decisión de seguir apoyando a Damasco «en la guerra contra el terrorismo». Una postura ante la que Nikki Haley, embajadora de EE.UU. ante la ONU, planteó la posibilidad de «emprender nuestra propia acción» como única salida ya que el organismo internacional «fracasa repetidamente en su deber de actuar de forma colectiva».
El nuevo tono de Estados Unidos está en la línea de las declaraciones de Francia, Reino Unido o Turquía, países que desde el primer instante señalaron a Al Assad como culpable de usar armas químicas contra su población e insistieron en la necesidad de que abandone el poder para encontrar una salida a la crisis. Jean-Marc Ayrault, ministro de Exteriores francés, calificó el escenario generado por lo sucedido al sur de Idlib como «un test» para Trump.
Investigación abierta
La determinación de los mandatarios occidentales contrastó con la prudencia de la ONU. El alto representante de la ONU para Asuntos de Desarme, Kim Won-soo, insistió en que «estamos recibiendo información. Los detalles completos no se conocen todavía». Tras lo que añadió que una misión de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) está «reuniendo y analizando información» y que será desplegada en la zona del ataque «en la primera oportunidad». Algo complicado teniendo en cuenta que esta parte del país está bajo control de Qaida. A la espera de los resultados de la investigación, Médicos Sin Fronteras informó de que ocho heridos de Jan Shijún fueron atendidos en un hospital que recibe su apoyo en Bab Al Hawa, cerca de la frontera turca, «con claros síntomas -pupilas dilatadas, espasmos musculares, defección involuntaria- de exposición a agentes nerviosos como el gas sarín». La misma conclusión a la que llegó la Organización Mundial de la Salud (OMS) tras analizar los vídeos y fotografías y hablar con los miembros de la Asociación Médica Sirio Americana (SAMS), que cuentan con personal trabajando sobre el terreno.
Rusia y Siria admitieron el ataque contra Idlib, pero negaron el uso de armas prohibidas. La versión oficial rusa es que los cazas sirios atacaron un «enorme arsenal de armamento químico» de la oposición y aseguró disponer de pruebas que demuestran «su utilización por los terroristas». El embajador sirio en Moscú, Riad Haddad, afirmó que «las organizaciones terroristas y los que las apoyan han cometido esta acción para culpar al Estado sirio». «El Gobierno sirio ha informado de que los grupos terroristas introdujeron sustancias tóxicas en el país desde Turquía para su uso posterior», insistió.
El recuerdo de Obama
Desde la primera reacción oficial de la Casa Blanca, pasando por las palabras de Trump y hasta las de la diplomacia rusa, el recuerdo de Barack Obama estuvo muy presente. El expresidente tildó las armas prohibidas de «línea roja» que Damasco no debía cruzar, pero cuando en agosto de 2013 se produjo el ataque químico en los alrededores de Damasco, Obama alcanzó un pacto in extremis con Rusia que le evitó tomar acciones unilaterales contra Al Assad. Los sirios permitieron la llegada de inspectores, entregaron su arsenal de armas químicas y evitaron los bombardeos de EE.UU. en un momento delicado para el Ejército, que entonces no contaba con el apoyo militar de la aviación y los asesores rusos.
Para la Casa Blanca este último ataque es «consecuencia de la debilidad» mostrada por Obama, mientras que el Kremlin también hizo referencia a la «línea roja» marcada por el expresidente, pero con un punto de vista diferente. El «número dos» de la delegación rusa ante la ONU, Vladimir Safronkov, sostuvo que la amenaza del antiguo Gobierno de Washington «fue el punto de partida de futuras provocaciones de terroristas para el uso de armas químicas».